Controversia y cultura científica

 Cuando uno empieza a adentrarse en el concepto de ‘cultura científica’ descubre que se trata de una concepción con cierto recorrido histórico y académico que ha ido evolucionando con el tiempo y que no está exento de controversia y debate. En la tesis doctoral de M. Lázaro, titulada ‘Cultura científica y participación ciudadana en la política socio-ambiental', encontramos un resumen de esta evolución conceptual en la cual nos basaremos para nuestro comentario (todas las citas entrecomilladas son de este texto)1. 

En una primera aproximación, parece evidente que un mayor conocimiento acerca de la ciencia, concibiendo la cultura científica como ‘alfabetización científica’, pueda suponer un incremento en la actitud positiva hacia la ciencia. Así lo defienden autores como Durant pese a que, según afirma M. Lázaro, éste no presentaba “evidencias estadísticas” de dicha relación entre conocimiento y actitud.  

Sin embargo, ya en los años 80, algunos autores señalan que ‘alfabetización’ es un concepto problemático. En primer lugar, porque presupone la ciencia como un ente monolítico, objetivo y veraz. Esto sitúa a la ciencia y al científico en una suerte de pedestal de incuestionabilidad que poco menos que demanda fe ciega. Una fe compleja ya que, en palabras de M. Lázaro, “reconocer a la ciencia tal como es parece un desafío demasiado grande para las personas cuando los científicos no se animan a decir qué es ciencia, o ensayan definiciones que están lejos de ser consensuadas”.  

Por otra parte, este concepto también presupone que ante la ciencia solamente puedan tomarse dos posturas contrapuestas: bien puede conocerse y aceptarse o bien desconocerse y, por ende, potencialmente temerse o rechazarse. Así, se equipararía el conocimiento de la ciencia con la aceptación de la ciencia, negando de facto la opción de que alguien “conozca” la ciencia y tenga una actitud negativa hacia ella. 

Esta concepción al respecto de la ‘cultura científica’ no lograría explicar, por ejemplo, cómo es posible que personas que conocen y comprenden el funcionamiento de la energía nuclear, las vacunas o los transgénicos pudieran mostrar escepticismo ante dichos avances. Tampoco consigue dar sentido a que encontremos a la ciencia respaldando posturas contrapuestas en debates encarnizados en estos mismos asuntos que poníamos como ejemplo, así como en muchos otros. 

Asimismo, esta perspectiva sitúa la responsabilidad en el individuo, que es el que tiene o no tiene ese conocimiento científico básico y universal, y que en consecuencia puede ser o bien un individuo alfabetizado o bien un individuo ignorante. No pone en ningún caso el foco en la ciencia y en los científicos, a los que por un lado encumbra sin cuestionamiento alguno y, por otro, no les demanda compromiso en lo referido a la divulgación de la ciencia. 

Planteamientos más contemporáneos acerca de la ciencia y la cultura de la ciencia van moviendo el foco del público a la ciencia, primero tímidamente, a mediados de los 80, cuando se menciona que “el científico tenía el deber de comunicar los mecanismos de la ciencia al público” y luego de forma más explícita, ya a partir de los años 90, cuando se abre la crítica al mismo concepto de ciencia y su divulgación. 

Es aquí cuando distintos autores llegan al asunto que aún está en el centro del debate en la actualidad: la responsabilidad del científico y el carácter relativo la ciencia. Se empieza a tener en cuenta la naturaleza contextual y social de la ciencia, que deja de ser concebida como un ente aséptico y objetivo. Esto supone abrir la mirada de la ciencia hacia las consecuencias sociales, culturales y económicas de su actividad, lo cual supone, en cierta manera, abrir su mirada hacia el público y, también, tomar conciencia de su responsabilidad. 

Con estos cambios, la relación entre público y ciencia también se empieza a explicar de un modo más poliédrico, intentando dar cuenta de toda la complejidad que rodea lo que constituye el concepto de “ciencia” y el de “cultura científica” y con un formato que deja de ser horizontal para empezar a acercarse a la verticalidad, al diálogo. En los inicios de los 2000 se empieza a hablar de “empoderamiento” del público como “la mejor forma de negociación entre las instituciones científicas y la gente común”. 

En definitiva, se rompe con esta asunción de que “conocer a la ciencia” es “quererla” y se toma conciencia del peligro de no tener una visión crítica sobre la ciencia. Así, es importante conocer los mecanismos de la ciencia, sus conceptos básicos y premisas, pero sin olvidar que no es objetiva ni inofensiva, sino que sus focos, abordaje y consecuencias, incluso su perspectiva e ideología, deben ser tenidos en cuenta, medidos y debatidos por toda la sociedad.  


1. Lázaro, M. (2009) Cultura científica y participación ciudadana en política socio-ambiental. Tesis Doctoral, UPV/EHU, pp.: 58-87.


cuaderno de cultura científica


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