¿QUÉ ES CIENCIA? ¿Y TU ME LO PREGUNTAS? CIENCIA ERES... ¿TÚ?

Durante muchos años, la ciencia fue un concepto para mi tan abstracto como intimidante. 'Ciencia' era sinónimo de certeza incontestable e inamovible, de leyes complejas, ininteligibles, preestablecidas e inviolables. 'Ciencia' era toda la verdad -objetiva, absoluta e incontestable- que estaba ahí fuera, accesible solamente para algunos misteriosos privilegiados que tanto la creaban como la entendían, pero desde luego fuera de mi alcance. 'Ciencia' era también todo lo que tenía que ver con la naturaleza, el mundo, el universo... pero tenía, en mi mente, poco o nada que ver con los seres humanos y nuestra cultura. 


Es cierto que me asomaba a la ciencia a mi modo, tímidamente, a partir de los retazos de información que recogía de las clases del instituto (filosofía, ciencias naturales, matemáticas) y que iban abriendo ventanas a un mundo cada vez más complejo. También desde las páginas de innumerables libros de ciencia ficción, que me hacían contactar de lleno con lo exiguo de mis conocimientos al respecto de dicha materia: "¿Cuánto de lo que estoy leyendo es ciencia, y cuánto es ficción?", "¿Cuánto faltaría para que todo esto que alguien ha imaginado pudiera ser real?". No tenía ni la más remota idea. 

Terminé el instituto y, en ese momento, la curiosidad no venció. Pese a que lo que yo identificaba como ciencia me parecía fascinante, la dejé aparcada y me sumergí de lleno en el mundo del periodismo. Fue la elección menos arriesgada: quedarme dentro de mi zona de confort. Con la escritura nunca sentí el respeto y la poca familiaridad con la que vivía el acercamiento a la ciencia; las letras siempre habían estado muy presentes en mi vida.  

Sin embargo, la Facultad de Ciencias Comunicación tenía muchas cosas que enseñarme y algunas de ellas iban a transformar radicalmente mi mirada al mundo y, por ende, mi mirada a la ciencia.  

La primera lección fue muy pronto, y por una cuestión meramente formal: si la facultad se llamaba 'Ciencias de la Comunicación', ¿significaba eso que la comunicación podía ser una ciencia? Me asaltaron muchas dudas. A medida que profundizaba en los estudios, fui descubriendo teorías, paradigmas, hipótesis... Y me di cuenta de que había mucho sobre lo que reflexionar, debatir y teorizar también en este ámbito de conocimiento, y no solamente en matemáticas o naturales. También me percaté entonces de que esto debía suceder en todas las disciplinas, incluyendo todas las sociales, que también podrían entonces ser consideradas ciencias. De ahí, reflexioné, el motivo de que una asignatura del instituto se llamara 'Ciencias Sociales'. Una asignatura cuyo contenido, paradójicamente, yo nunca había categorizado como 'ciencia' y por tanto nunca había entendido como tal. 

En paralelo a que se estableciera como cierta - en mi visión del mundo- la existencia de muchas y variadas disciplinas científicas, apareció también cierta confusión al constatar que había científicos, académicos y pensadores, por lo menos en periodismo, que se contradecían mutuamente, en muchas ocasiones estableciendo postulados radicalmente opuestos. Algunas veces era muy evidente que había nuevas teorías que generaban nuevos paradigmas y que dejaban a otros ya en desuso o superados. En otros casos, sin embargo, uno podía o bien posicionarse claramente a favor de una u otra escuela, o adherirse a postulados que hicieran converger ambas posturas buscando una suerte de camino intermedio, pero no había en ningún caso una respuesta única. En mi interior, me dije que esta inconsistencia debía ser cosa de las ciencias sociales. 

Sin embargo, en una de estas clases, aprendiendo sobre teoría y práctica de la redacción periodística, es donde recibí la que, en mi opinión, fue la lección más importante de los cuatro años de la carrera de periodismo. 

Nos explicaron que, durante mucho tiempo, los periodistas y los académicos del periodismo y la comunicación defendieron que la distinción entre ‘hecho’ y ‘opinión’ era posible y, por tanto, convirtieron la objetividad en la característica definitoria de un buen texto periodístico informativo, especialmente en el contexto de EEUU en la década de 1920. Sin embargo, y desde un punto de vista práctico, en Europa en esa misma época la lectura era un tanto distinta: se entendía el periodismo como un medio para luchar por aquellas causas que se creían justas, por lo que la objetividad quedaba relegada a un segundo plano.  

Más adelante, sin embargo, se produjo el salto conceptual que me parece más interesante: la objetividad perdió su posición de privilegio no por motivos pragmáticos, sino que se rechazó por ser una visión ingenua, dada su fundamentación epistemológica: dejó de darse por hecho la independencia entre 'hecho' y 'sujeto' y, por tanto, se desvaneció la posibilidad de que exista la objetividad periodística. Los hechos, sean los que sean, necesitan del sujeto para ser dotado de sentido (para ser comunicado o para ser entendido) y por ello no pueden ser radicalmente objetivos. 

Este momento de descubrimiento (un descubrimiento quizás para muchos evidente, de Perogrullo, ya superado) marcó un gran antes y después en mi visión no solamente del periodismo, sino del mundo en general. 

A partir de este punto, estuve preparada para ver el mundo y lo que conocía del mundo, y la ciencia, y todo el conocimiento, como algo en última instancia subjetivo (por supuesto, con muchos matices, sin negar la posibilidad de construir relatos fehacientes ni la posibilidad de llegar a conclusiones verosímiles y compartidas sobre el mundo), humano y en gran medida tan personal como, por ejemplo, la escritura. Y también, por lo tanto, falible, cuestionable, manipulable, potencialmente peligroso. 

A partir de ese momento, abracé la idea de que yo también podía entonces comprender, aprender e incluso tener una mirada crítica sobre la ciencia. Esa aceptación fue creciendo, dando lugar a más espacio para la curiosidad, la fascinación y, en paralelo, el contacto con científicos y científicas, con expertos y expertas, con investigadores e investigadoras... Y siempre con un foco de interés muy claro, una temática que me apasionaba y me sigue apasionando: el cerebro humano y la salud mental. Estos son mis temas de conversación, de lecturas, de formación predilectos y, ahora también, protagonistas de mi trabajo. 

Así, a lo largo de los años he recorrido un camino de largo enamoramiento con la ciencia. Un camino que me ha traído hasta el momento presente, en el que estoy trabajando en comunicación con grupos de investigación especializados en salud mental.  

Para mí, la ciencia es ahora fuente sin duda de admiración, aunque desde la prudencia (con mucha conciencia de la existencia de prejuicios y subjetividad), de fascinación y de compromiso. Me siento dispuesta a seguir aprendiendo y a seguir compartiendo, a vivir la ciencia como algo importante, humano y también... un poco mío. 

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